La ilusión óptica del año.
Cuando todavía perduran los ecos del famoso vestido al que unos veían blanco y dorado y otros azul y negro, las ilusiones ópticas vuelven a ser actualidad. El concurso que anualmente entrega el premio a la mejor ilusión óptica, The Best Illusion of the Year, acaba de hacer público el ganador de 2015, y el primer lugar ha sido para «Splitting Colors», una creación del belga Mark Vergeer.
En la ilusión, al principio se muestran dos líneas animadas iguales. Pero entonces aparecen dos bloques distintos, que tienen un patrón azul y amarillo y se mueven de derecha a izquierda. Los bloques encierran a la línea superior, que entonces cambia de rojo a cian, moviendo su patrón en dirección contraria. Después, aparece un segundo grupo de bloques con un patrón verde y rojo que se mueve de izquierda a derecha. Los bloques encierran a la línea inferior y se produce el efecto contrario: cambia a azul y amarillo. En resumen, las dos líneas delgadas son iguales, pero cuando su entorno se ve modificado por los otros bloques, ambas cambian de color y dirección en su animación.
De esta manera podemos observar hasta qué punto un color puede verse modificado por su entorno debido a nuestra forma de interpretar los colores.
¿Por qué pasa ésto? La luz entra en el ojo a través del cristalino, y las diferentes longitudes de onda se corresponden con diferentes colores. La luz llega a la retina en la parte trasera del ojo, y el cerebro descifra el color del objeto. Generalmente este sistema funciona bien. Pero a veces, como en esta ilusión o la del vestido famoso, ocurre que cuando nuestro cerebro intenta descifrar contextualmente la información, como hace siempre, el contexto le lleva a confusión. Entonces el cerebro intenta compensar los nuevos colores aplicando otros filtros que corrijan la imagen para acercarla lo máximo posible a la “real”. Y así la percepción se modifica totalmente, sin que se pueda hacer nada por evitarlo.
El segundo premio lo consiguió el vídeo, «Ambiguous Garage Roof», que a diferencia de su rival, apela a la geometría en vez de jugar con el color. La explicación real es que el cerebro humano prefiere interpretar el borde del techo como un corte perpendicular a su eje.